¿Qué puede ocurrir en la cabeza de un joven o una adolescente para tomar la decisión de quitarse la vida?
En las últimas semanas hemos sido testigos de estadísticas dolorosas que dan cuenta de un incremento en las cifras del suicidio de jóvenes en el Departamento del Atlántico.
Una vida que se pierde, sea cual sea su condición social, es una gran tragedia para todo grupo poblacional, especialmente cuando se trata de casos de suicidio en jóvenes.
Las autoridades anuncian programas para escuelas y colegios, en el marco de unas estrategias que son loables y dignas de todo apoyo y promoción. Pero los suicidios no se detienen. ¿Qué es lo que pasa?
Es necesario escarbar y explorar muy bien posibles explicaciones al fenómeno. Por ejemplo, ¿qué incidencia tiene la poca estabilidad que hoy tiene la familia?
Tal vez es el factor que más incide en la soledad de los muchachos, en la falta de afecto y atención hacia ellos. No es suficiente con satisfacer sus necesidades básicas y darles dinero. Es un aspecto importante pero no es lo fundamental en el desarrollo psicoafectivo.
Niños y niñas y jóvenes requieren el máximo de comprensión en el despertar y formación de emociones, en el surgimiento de dudas y en la prevención de los riesgos y los peligros que los rodean en términos de consumo de drogas y alcohol, así como el inicio de la vida sexual y el manejo de las relaciones familiares e interpersonales.
En este contexto, padre y madre, así se encuentren separados, tienen la obligación de brindar la mayor atención a sus hijos e hijas. No es solo comprarles ropas y meriendas. Niños, niñas y jóvenes demandan mucho afecto, mucho amor y esta carencia en el peor de los casos puede ser mortal. Los vacíos que se originan en esta materia podrían conducir a una pérdida total del valor por la vida e inducir al suicidio.
Nuestros hijos necesitan amor, mucho amor para que puedan ser capaces de lograr un desarrollo emocional sano y desempeñarse con fortuna en la sociedad.
El afecto, la conversación, la escucha, la participación, la tolerancia, la paciencia, la comprensión, el amor y el compartir sanamente, son esenciales para que nuestros hijos se apropien de la defensa de su vida y luchen por ser cada día mejores personas.
Solo con amor podríamos aspirar a que nuestros jóvenes no se sigan quitando la vida. Con amor profundo y mucha comprensión podemos hacer que los suicidios de jóvenes desaparezcan de los titulares de los medios de comunicación. Amemos a nuestros hijos, compartamos con ellos. El afecto vale más que el dinero.
En las últimas semanas hemos sido testigos de estadísticas dolorosas que dan cuenta de un incremento en las cifras del suicidio de jóvenes en el Departamento del Atlántico.
Una vida que se pierde, sea cual sea su condición social, es una gran tragedia para todo grupo poblacional, especialmente cuando se trata de casos de suicidio en jóvenes.
Las autoridades anuncian programas para escuelas y colegios, en el marco de unas estrategias que son loables y dignas de todo apoyo y promoción. Pero los suicidios no se detienen. ¿Qué es lo que pasa?
Es necesario escarbar y explorar muy bien posibles explicaciones al fenómeno. Por ejemplo, ¿qué incidencia tiene la poca estabilidad que hoy tiene la familia?
Tal vez es el factor que más incide en la soledad de los muchachos, en la falta de afecto y atención hacia ellos. No es suficiente con satisfacer sus necesidades básicas y darles dinero. Es un aspecto importante pero no es lo fundamental en el desarrollo psicoafectivo.
Niños y niñas y jóvenes requieren el máximo de comprensión en el despertar y formación de emociones, en el surgimiento de dudas y en la prevención de los riesgos y los peligros que los rodean en términos de consumo de drogas y alcohol, así como el inicio de la vida sexual y el manejo de las relaciones familiares e interpersonales.
En este contexto, padre y madre, así se encuentren separados, tienen la obligación de brindar la mayor atención a sus hijos e hijas. No es solo comprarles ropas y meriendas. Niños, niñas y jóvenes demandan mucho afecto, mucho amor y esta carencia en el peor de los casos puede ser mortal. Los vacíos que se originan en esta materia podrían conducir a una pérdida total del valor por la vida e inducir al suicidio.
Nuestros hijos necesitan amor, mucho amor para que puedan ser capaces de lograr un desarrollo emocional sano y desempeñarse con fortuna en la sociedad.
El afecto, la conversación, la escucha, la participación, la tolerancia, la paciencia, la comprensión, el amor y el compartir sanamente, son esenciales para que nuestros hijos se apropien de la defensa de su vida y luchen por ser cada día mejores personas.
Solo con amor podríamos aspirar a que nuestros jóvenes no se sigan quitando la vida. Con amor profundo y mucha comprensión podemos hacer que los suicidios de jóvenes desaparezcan de los titulares de los medios de comunicación. Amemos a nuestros hijos, compartamos con ellos. El afecto vale más que el dinero.
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